Cinco años después de la caída de Bagdad en la Tercera Guerra del Golfo (la 'segunda' según los medios, la primera fue la de Iraq-Irán entre 1980 y 1988), me encuentro con este artículo del periódico argentino Clarín en el que se cuenta cómo los estadounidenses entraron con tanta facilidad en la capital de Sadám Huseín.
La verdad es que no me sorprende. Si yo fuera un general pagaría dinero antes de exponer de forma innecesaria a mis hombres al peligro de invadir una ciudad casa por casa, sobre todo tras una campaña victoriosa. El problema es que al final esto es lo que ocurrió. Por mucho soborno y todo lo demás, los militares iraquíes han estado machacando al ejército americano durante este lustro.
Además, muchos de los que se rindieron son ahora militares 'aliados', como ocurrió con los soldados de la Wehrmacht después de 1945. La única excepción es que mientras los alemanes del oeste fueron leales a muerte a los aliados, en el caso de los iraquíes es difícil saber si son aliados de día e insurgentes de noche.
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